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La teoría del cisne negro es una metáfora que, en el ámbito económico, describe aquellos sucesos que ocurren por sorpresa, que ningún analista había previsto ni tenido en cuenta porque, a priori, eran improbables y que, para bien o, generalmente, para mal, terminan teniendo un gran impacto y repercusiones trascendentales.

El creador de esta teoría es el economista Nassim Nicholas Taleb, que la bautizó así porque, hasta la llegada de los primeros exploradores a Australia en el siglo XVII, en Europa se pensaba que todos los cisnes eran blancos. El descubrimiento de este tipo de aves con plumas negras fue un hecho que se consideraba altamente improbable, pero que sucedió y que cambió la percepción que había hasta ese momento. De esta manera, Taleb trata de cuestionar los análisis económicos que se hacen para predecir el futuro mediante una extrapolación de lo que ha ocurrido en el pasado, predicciones que, tarde o temprano, se verán confrontadas por la aparición imprevista de un cisne negro.

Así, para que un acontecimiento pueda denominarse cisne negro tiene que tener las siguientes propiedades:

Que sea inesperado. Se trata de un hecho a priori improbable, para el que no hay ninguna evidencia de que vaya a suceder y que, por tanto, es una sorpresa para los analistas y para el mercado. En el caso de que hubiera alguna probabilidad de que ocurriese, los agentes financieros se protegerían frente al mismo, con lo que no cogería por sorpresa al mercado.

Tienen un gran impacto. Son acontecimientos que afectan de forma importante a la economía o a la política mundial.

Se caracterizan por tener predictibilidad retrospectiva. Es decir, una vez que han sucedido, y solo entonces, se dan evidencias de que dicho hecho se podía haber evitado y se crean teorías que explican por qué se llegó a producir.

La teoría del cisne negro y el Covid-19

La pandemia de Covid-19 que está viviendo el mundo reúne todas las características que definen un caso de cisne negro. Por una parte, nada hacía esperar que la aparición de una serie de casos de neumonía causados por un nuevo tipo de coronavirus a finales de 2019 en la ciudad china de Wuhan iba a tener un impacto global. Sin embargo, ahora que el virus ya se ha extendido por todo el planeta, llegamos a pensar que esta crisis del coronavirus podría haberse evitado o, al menos, minimizado sus consecuencias, si se hubiera prestado atención a las señales.

En primer lugar, la experiencia de otros brotes anteriores, como el del SARS en China en 2003, el de la gripe aviar, también en China en 2013, o el del ébola en países de África Occidental en 2014. En segundo lugar, varios informes y expertos venían avisando en los últimos años del impacto que un brote vírico de alcance mundial podría tener tanto en las vidas humanas como en la economía. Así lo reseñaba el informe de Riesgos Globales del Foro Económico Mundial de 2007, que, a través de un ejemplo ficticio (el surgimiento de un nuevo virus en Asia), analizaba el impacto en los negocios, el sistema financiero y político y  las condiciones económicas del surgimiento de una nueva pandemia. También lo advertía el mismísimo Bill Gates en una charla TED de 2015  en la que señalaba que el mundo no estaba preparado para una pandemia. Precisamente, el último  Informe de Riesgos Globales 2020 del Foro Económico Mundial volvía a situar las enfermedades contagiosas en el top ten de riesgos en términos de impacto.

Y pese a todas estas llamadas de atención, ¿por qué casi ningún país se había preparado? Pues por cuestión de probabilidad. Aunque estos estudios apuntaban desde hace tiempo el potencial impacto de una pandemia, sus probabilidades eran muy bajas, por lo que la mayoría de los países optó por destinar sus recursos a otras prioridades.

En resumen, lo que define la teoría del cisne negro es que, por mucho que creamos que tenemos una situación controlada, siempre hay factores aleatorios que se nos escapan.

Consecuencias en los mercados

En este sentido, las consecuencias derivadas de uno de estos cisnes negros son uno de los riesgos a los que se tiene que hacer frente cuando se opera en los mercados financieros. Por ello, aunque se trata de sucesos con baja probabilidad de que ocurran, sería un grave error ignorarlos. Y aunque es difícil protegerse de un cisne negro en su totalidad (porque no se pueden prever), es importante contar con una cartera diversificada y estructurada con distintas clases de activos para que puedan actuar como contrapesos en el caso de tener que responder a diferentes circunstancias económicas o financieras.

Y es que, aunque la historia parezca una concatenación de eventos inevitables, está llena de eventos cisnes negros que han cambiado el rumbo de la misma. La Primera Guerra Mundial, el ascenso de Hitler al poder, el crack de 1929 o el de 1987, los atentados de las Torres Gemelas, la caída de Lehman Brothers, el Brexit o la actual pandemia del Covid-19 son ejemplos de este tipo de terremotos, que no se pudieron prever y que tuvieron importantes consecuencias. Es decir, cisnes negros, cuya presencia conforme el mundo se ha hecho más complejo y global es más común y a los que los inversores comienzan a acostumbrarse.

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